Es verdad: llegar a un país extranjero no es nada fácil. Mismo si ese país comparte nuestra lengua o cultura, hay cosas que definitivamente cambian nuestra forma de ser desde el mismo momento en que ponemos el primer pie en la tierra. Hoy comparto con ustedes un resumen de una experiencia que cambió mi vida.
Les podría decir que a partir de mi llegada a Francia viví todas esas cosas que experimentas aquellos que llegan aquí por primera vez. Pero les estaría mintiendo, porque en realidad este no fue para nada mi caso y es justamente por eso que quiero compartir mi experiencia con ustedes.
Fue en Diciembre de 2010 cuando vine a Francia por primera vez. El 26 para ser preciso, justo después de Navidad así que no me perdí un Año Nuevo…en pleno invierno, yo que siempre estuve acostumbrado a pasar las Fiestas en el verano argentino.
Con frecuencia, algunos amigos me preguntan si cuando llegué no tuve una especie de “shock emotivo”. Y mi respuesta sigue siendo siempre lo mismo: no, en ningún momento o, más bien, una sola vez, peo ya volveré sobre eso luego. La razón de la ausencia de esos sentimientos es para mí simple de explicar: desde los 15 años yo soñaba con venir a Francia. Durante más de diez años hice todo tipo de esfuerzos posibles para conocer la cultura francesa, más allá de los cursos regulares que tomé durante toda mi adolescencia. Así que, pues, imagínense que es como si me hubiera preparado durante todo ese tiempo para venir al país de mis sueños.
Y es también por eso que al momento de mi llegada absorbía de manera increíble todo lo que era a la vez un mundo nuevo, pero conocido para mí al mismo tiempo. No me sentía desarraigado porque me sentía en mí país. Ya lo sé, es seguramente bastante difícil de entender eso. Pero es como si de una manera u otra estuviera esperando que todo eso llegara porque lo soñaba desde hace tiempo. Claro que aprendí muchas cosas nuevas también. ¡Y de esas que no se aprenden en los manuales de francés!
Me quedé dos semanas en París con la sensación de ser como un niño al que llevan al parque y le dice: “Anda, haz lo que tú quieras”. Después, me fue para Angers, a 300 km. de París, para realizar mis estudios en la Universidad Católica del Oeste. Viví seis meses en una residencia universitaria rodeado de estudiantes franceses y extranjeros que no tardaron en convertirse rápido en mis amigos y, muchas veces, en parte de mi familia.


